Aunque los santos doctores traten y se ocupen ampliamente de la oración, no suelen sin embargo describir los diversos ejercicios que el hombre puede practicar cuando reza, como santo Domingo acostumbraba a hacer, por gracia especial que Dios omnipotente le concedió en particular, y que él no habría practicado nunca si de hecho no fomentasen la devoción.
Lo cierto es que estos piadosos gestos corporales son muy eficaces para mover el ánimo del que ora.
El santo era tan asiduo y los frecuentaba tanto, que no podía impedir que los miembros exteriores mostrasen el fervor y el gran ímpetu de su espíritu.
Por eso durante un tiempo tuvo que dejar de asistir con los demás a la misa mayor. Tan abundantes eran sus fuertes lágrimas y los gritos de su corazón, que no podía refrenar, que le era imposible celebrar en esos momentos.
Lo cierto es que estos piadosos gestos corporales son muy eficaces para mover el ánimo del que ora.
El santo era tan asiduo y los frecuentaba tanto, que no podía impedir que los miembros exteriores mostrasen el fervor y el gran ímpetu de su espíritu.
Por eso durante un tiempo tuvo que dejar de asistir con los demás a la misa mayor. Tan abundantes eran sus fuertes lágrimas y los gritos de su corazón, que no podía refrenar, que le era imposible celebrar en esos momentos.
Además de las formas comunes que tenía cuando celebraba la misa, sumamente devotas, oraba en secreto de varias maneras, que acabaron siendo conocidas por los primeros hermanos porque su curiosidad les llevó a observarlo o le acompañaban y estaban presentes.
1
El primer modo consistía en orar haciendo una inclinación bastante profunda con las manos cruzadas sobre las rodillas.
De este modo:
Observaba también este modo cuando en el coro se dice a la Santísima Trinidad: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Y enseñaba esto mismo a sus hermanos, recordando lo que dijo Judit: Siempre te agradó, Señor, la súplica de los humildes y la oración de los pacíficos (Jdt 9,16).
2
En el segundo oraba postrado a lo largo en tierra con los brazos extendidos y con la cabeza o mejor la frente igualmente contra el suelo, como si fuera indigno de ver el cielo y la imagen de Dios.
De este modo:
2
En el segundo oraba postrado a lo largo en tierra con los brazos extendidos y con la cabeza o mejor la frente igualmente contra el suelo, como si fuera indigno de ver el cielo y la imagen de Dios.
De este modo:
3
En el tercer modo oraba arrodillado e inclinado con las manos y la cara juntas.
De este modo:
4
El cuarto modo consistía en orar erguido con las manos abiertas. Y entonces fijaba su mirada en el crucifijo.
De este modo:
5
En el quinto, se desnudaba tres veces durante la noche y se flagelaba duramente con una cadena de hierro: una vez por sus pecados, otra por los pecadores de este mundo, la tercera por las almas del purgatorio. Y ello a pesar de llevar siempre puesto un cilicio de hierro sobre la carne viva.
De este modo:
6
El sexto consistía en orar poniéndose de rodillas y con la cara inclinada sobre el suelo, violentando con el mayor esfuerzo todas sus energías y potencias corporales.
De este modo:
7
En el séptimo se ponía erguido y levantaba ligeramente los ojos al cielo, como cuando se le presentó el demonio en forma de un gato enorme.
De este modo:
8
En el octavo modo oraba arrodillándose, multiplicando las genuflexiones, no sólo cien veces durante la noche como se lee del apóstol Bartolomé, sino en ocasiones desde la tarde hasta la media noche, levantándose y arrodillándose.
De este modo:
No obstante, de vez en cuando descansaba de rodillas y durante largo tiempo se quedaba como atónito y estupefacto, y se asemejaba a un querubín que hubiese traspasado el cielo, con una presencia jovial y llena de gozo. y, después de entretenerse así con Dios, volvía a las genuflexiones. Le eran tan familiares y se ejercitaba en ellas tan de continuo, que cuando sus acompañantes descansaban en los viajes, él las practicaba con toda reverencia, como si fueran una afición, costumbre o naturaleza, o se tratase de un ministerio particular suyo. Y decía: A ti, Señor, levanto mis ojos, que habitas en el cielo (Sal 123,1), pues mi alma confía en Ti, oh Señor (Sal 57,2). Y otras devociones parecidas.
9
En el noveno oraba con las manos extendidas ante el pecho, como un libro abierto. Algunas veces las juntaba del modo como se suele representar a la Madre de Dios llorando a su hijo crucificado, a los pies de la cruz. Otras, las levantaba abiertas hasta la altura de los hombros.
Estos tres modos aparecen en las tres figuras siguientes:
9
En el noveno oraba con las manos extendidas ante el pecho, como un libro abierto. Algunas veces las juntaba del modo como se suele representar a la Madre de Dios llorando a su hijo crucificado, a los pies de la cruz. Otras, las levantaba abiertas hasta la altura de los hombros.
Estos tres modos aparecen en las tres figuras siguientes:
10
En el décimo modo oraba de pie, con el cuerpo totalmente erguido y los brazos abiertos como el Salvador sobre la cruz.
De esta manera:
11
En el undécimo modo oraba alzándose sobre la punta de sus pies, con las manos levantadas y unidas por encima de la cabeza, como saeta lanzada con fuerza al cielo.
De esta forma:
12
En el duodécimo modo oraba con un libro delante, santiguándose con la señal de la cruz con gran reverencia. Leía en el libro con mucha atención, como si estuviera hablando con Dios.
De esta manera:
Decía: Escucharé lo que el señor Dios va a hablar en mí (Sal 85,9). Después parecía que discutía con un compañero, preguntándole y contestándole, alterado o sereno, riendo o llorando, fijando la mirada en el libro o apartándola de él, dándose golpes de pecho o hablando sigilosamente. Veneraba además mucho el libro, e inclinándose lo besaba. Algunas veces apartaba la cara del libro, escondiéndola entre sus manos o con la punta del escapulario. Después, lleno de afecto, como si diera gracias a una persona eminente por los beneficios recibidos, se levantaba con reverencia del libro y se inclinaba ante ella. Una vez tranquilo, comenzaba a leer de nuevo en el libro.
13
El modo décimo tercero consistía en orar de rodillas, si bien no lo hacía con frecuencia.
De este modo:
13
El modo décimo tercero consistía en orar de rodillas, si bien no lo hacía con frecuencia.
De este modo:
14
En el modo decimocuarto oraba de rodillas, con el torso desnudo, y se hacía disciplinar por un fraile, al parecer el llamado Hispano, que fue uno de los examinadores o delegados del Papa en su proceso de santidad.
De esta manera:
Hay que advertir, finalmente, que en todos los antedichos modos que santo Domingo practicaba en su oración, siempre lloraba y derramaba abundantes lágrimas, e intercedía en sus súplicas por las necesidades.
Jamás abandonaba la oración por algún impedimento o turbación.
Fragmentos extraidos de: Modos de Orar de Santo Domingo, Bernardo Fueyo Suárez, Editorial San Esteban, Biblioteca Dominicana nº 36, isbn 84-8260-091-5.